Tanto en la primera como en la segunda entrada de esta serie destinada a explorar la situación del binomio profesionalización y evaluación, ha rondado la cuestión si la profesionalización es el camino que (hoy por hoy) debería seguir la comunidad evaluadora. Una manera diferente de abordar este punto podría ser considerarlo, en sí mismo, como un asunto obsoleto, si es que entendemos que ya estamos embarcados en ese camino hacia la profesionalización. Aunque seguramente continuarán los debates y argumentos respecto al punto final del mismo, el proceso de profesionalización en sí mismo es ya una realidad, constituida por al menos los siguientes hitos:
- un compromiso por la definición del oficio, lo que implica la construcción y mantenimiento de un cuerpo de conocimiento único y especializado. Esto se ha expresado muchas veces como la lógica específica de la evaluación o el pensamiento evaluativo (escalas de valor y rúbricas, etc.);
- un compromiso con el desarrollo profesional continuo, que implica la necesidad de actualizar continuamente las aptitudes, los conocimientos y la experiencia necesaria para la práctica evaluativa. Esto se hace generalmente vía posgrados, talleres, formación in situ, e-learning, participación en conferencias, lecturas propias del campo evaluativo, etc .;
- el desarrollo de principios, códigos de ética, competencias y estándares, que son reflejo de los valores del campo de la evaluación (responsabilidad, compromiso, respeto por las personas, etc.). Estos son elementos claves para garantizar la calidad y seguridad de los que trabajan en evaluación, así como del público en general.
- el desarrollo de determinados tipos de reconocimiento profesional, como la certificación, acreditación y credencialización.
El logro de algunos de estos propósitos, con sus resultados lógicamente diversos dependiendo del contexto, ha marcado el núcleo de los esfuerzos de la mayoría de las VOPEs, y señalan hitos claros hacia la profesionalización de la evaluación. Basándose en la trayectoria histórica de la práctica de evaluación a nivel mundial, Davies y Brümer (en la página 6 de un informe preparado para UNEG) sostienen que la profesionalización de la evaluación puede conceptualizarse como un continuo que consta de tres bloques de construcción clave y secuencial: estándares de evaluación, competencias de los evaluadores, y procesos para verificar competencias.
Desafortunadamente, la discusión se ha estancado cuando el foco ha estado puesto solamente en las cuestiones del reconocimiento profesional, sin entender las mismas como un subconjunto de un proceso mucho más completo (y complejo). Equiparar al reconocimiento profesional con profesionalización ha reforzado la tendencia de presentar la práctica de la evaluación como «… la esfera del técnico, quien se basa principalmente en el seguimiento de procedimientos o secuencias de comandos y la aplicación correcta de los métodos» (Schwandt 2015, p.144 “Evaluation Foundations Revisited”). Para evitar esto, la discusión y el acuerdo sobre los estándares y competencias deben preceder y constituir la base de los esfuerzos de reconocimiento profesional. De lo contrario, la atracción por el resultado final de la profesionalización podría tener precedencia sobre la calidad del proceso para llegar allí.
Comprender el proceso de profesionalización caracterizado por los hitos arriba mencionados, facilita dejar a un lado (al menos algunas de) las controversias que suelen rodear a las propuestas de tipos particulares de reconocimiento profesional: la perspectiva de un mayor costo del sistema; la limitación o restricción para el ingreso a la práctica de evaluación sólo para aquellos que son capaces de demostrar conocimientos y habilidades especializados; la exclusión de aquellos no calificados, etc. Estos hitos están de hecho en el centro de todos los esfuerzos interesados en hacer a la evaluación (más) profesional, con independencia de si subrayan o no los componentes de profesionalización de los evaluadores.
El camino hacia la profesionalización es un proceso que conlleva desarrollar a la evaluación en una profesión madura, lo que se manifiesta en el largo y comprometido proceso de varias VOPEs en sus países y regiones en pos de la profesionalización de la evaluación, lo que no debe equipararse automáticamente con la gestación de una profesión. Hacer profesional a la evaluación apunta a su integración y uso para mejorar el desempeño de las políticas y programas, con la expectativa de que ello culmine en un sistema maduro o contexto institucional que pueda articularse fácilmente con el oficio evaluador. Sin dichos mecanismos de integración y uso de la evaluación a nivel nacional (y regional), el rol profesional de los evaluadores seguirá siendo incompleto.
En base a lo anterior, un punto importante resulta que tanto el proceso hacia la profesionalización de los evaluadores como la profesionalización de la evaluación deben seguir el mismo camino, al menos en la mayoría de sus hitos iniciales. Pueden entenderse entonces como procesos bastante similares -con un punto de arribo final diferente- que requieren poner en funcionamiento ciertos sistemas y procedimientos, al mismo tiempo que se capacitan recursos humanos con las competencias necesarias que los habiliten para realizar evaluaciones de alta calidad, y colaborar así a fortalecer y profundizar la agenda nacional de evaluación.
Si la discusión sobre profesionalización hace hincapié en el componente de desarrollo de la evaluación en un esfuerzo más profesional y maduro, también facilita ampliar el enfoque más allá de los propios evaluadores. Las VOPEs, por tanto, pueden hacer mucho para fortalecer la oferta de aprendizaje y capacitación de evaluación de alta calidad para los diversos actores involucrados en el campo de la evaluación: comisionados, donantes, practicantes y evaluadores.
Seguramente el desarrollo de competencias y normas de evaluación llevadas a cabo por varias VOPEs ha estimulado la discusión y el debate dentro del campo de la evaluación sobre la identidad y la práctica profesional. Al mismo tiempo, no está claro si influyó (o tiene la oportunidad de influir) en la práctica de evaluación misma, así como las percepciones de la legitimidad de la evaluación por los funcionarios y donantes. Esto implica que hay todavía un relevante trabajo que realizar antes de avanzar en recomendar una forma particular de acreditación, certificación o alguna otra forma de reconocimiento de las habilidades, conocimientos y experiencia evaluativa.
Una de las amenazas relevantes para las VOPEs al transitar este camino hacia la profesionalización de la evaluación es relegar la misma a un mero conjunto de técnicas de rendición de cuentas, control y de «gestión del conocimiento», olvidando que la fuerza de la evaluación reside en mucho más que en determinados recursos técnicos y metodológicos (tal cual lo planteaba hace poco tiempo y con meridiana claridad Carlos Rodríguez-Ariza en su post No hay profesionalización sin evaluación). En ese sentido, Thomas Schwandt (2015, p.465) sostiene que la comunidad evaluativa tiene que cambiar su atención de una “profesionalidad técnica” hacia un modelo de “profesionalidad democrática”, el cual entiende (invoca) a la evaluación como un acto político. La evaluación debe ser entendida como una intervención con efectos inevitables e ineludibles sobre (y cambios en) las relaciones de poder entre las partes interesadas – los administradores de programas, los beneficiarios previstos, los evaluadores, los demandantes de evaluación, etc. Ser una práctica profesional implica que la evaluación no es meramente (ni principalmente) una actividad técnica, sino que, al decir de Ian Davies, es un esfuerzo que tiene como fuente original a valores, apertura mental y la inteligencia emocional, y es sólo haciendo a estos los fundamentos explícitos y necesarios de la identidad profesional, que la profesionalización puede ser positiva (Davies y Brümmer 2015, p.3).
Seguramente las VOPEs puede hacer mucho más que embarcarse en este viaje en soledad. Un buen punto de partida es interiorizarse del esfuerzo realizado por la Sociedad Canadiense de Evaluación (analizado en el Canadian Journal of Evaluación del Programa 29: 3) y la misma evaluación de dicho proceso (. Fierro et al 2016). Gunter Rochow ha sostenido que DACUM (Developing A Curriculum) podría resultar un enfoque útil para el desarrollo de capacidades de evaluación mediante competencias. Más recientemente, el trabajo en curso de EES & UKES en el marco de los Voluntary Evaluator Peer Review (VEPR) ha construido un concepto o Charter of Principles que puede facilitar una convergencia estratégica entre las VOPEs con respecto a la profesionalización, animándolas a adoptar procesos adaptados a su contexto y basados en un conjunto de principios coherentes con buenas prácticas, directrices y marcos de evaluación.
Si bien la evaluación muestra una notable heterogeneidad en su maduración como disciplina en los distintos contextos nacionales, la IOCE, como el paraguas internacional de las VOPEs, debe seguir fomentando el intercambio y la práctica de VOPEs nacionales y regionales en torno a la profesionalización. Como está implícito en su nombre, la función de la IOCE debe ser la de cooperar en los esfuerzos a nivel regional y nacional, en lugar de simplemente unificarlos. Este no es el momento para avanzar de una manera única en todo el mundo, que se expresara en una definición homogénea de la disciplina, un código unificado de ética, o un conjunto fijo internacional de estándares y competencias. Podría seguramente existir algún acuerdo sobre principios estándares generales, pero su nivel de concreción debe ser ampliamente discutido. En ese sentido, la IOCE podría desempeñar un papel de plataforma para compartir las diferentes iniciativas que están llevando a cabo por las VOPEs a nivel nacional y regional, reconociendo explícitamente que tales esfuerzos deberían ser adaptados a sus contextos relevantes.
Si bien no es deseable indicar una ruta global y única a la profesionalización, hacer a la evaluación una profesión madura es una buena y adecuada visión compartida por VOPEs de todo el mundo, las que tienen diferentes prioridades y que podrían estar desarrollando diferentes estrategias hacia la profesionalización. La centralidad de transformar el camino hacia la profesionalización en un proceso de verdadera colaboración y de abajo hacia arriba tiene más beneficios que riesgos, mientras que el punto final de dicho recorrido -el hacer de la evaluación una práctica profesional- es muy valioso.