Rolando García, un intelectual con todas las letras… y mucho más

Esta mañana leo que ha muerto en México Rolando García, científico e intelectual argentino, de larga historia de compromiso con la ciencia y con el pensamiento social.  Conocí su producción académica (apenas una parte de ella) hace ya muchos años, a partir de  sus trabajos en vinculación con Jean Piagét, y recuerdo me llamaba la atención que alguien con ese nombre y apellido tan latino se codeara con el epistemólogo suizo.  Luego, por referencia de otros comprometidos docentes pude conocer más de su pasado y su trabajo por la ciencia en particular, y por el bienestar humano en general.

Hace no tanto tiempo también descubrí sus exploraciones alrededor de los Sistemas Complejos,  lo cual no debería sorprender conociendo más de su trayectoria y los caminos que supo recorrer.  Pero el empujón final para escribir al menos brevemente sobre él me lo brindó la entrada de Enrique M. Martinez, la cual reproduzco a continuación desde su fuente original en el blog Propuestas Viables:

 

ROLANDO GARCÍA

 

Murió en Méjico, donde vivió las últimas décadas, Rolando García, con algo más de 90 años.
Para las breves referencias de los medios, era el decano de la Facultad de Ciencias Exactas que soportó al frente de los docentes y estudiantes, el 29 de julio de 1966, la golpiza de la ciega y estúpida noche de los bastones largos, dispuesta por la dictadura de Onganía. Por supuesto, era ese cojonudo docente que, como tantas otras veces, en ese momento pensó posible debatir con la fuerza bruta, porque la racionalidad era su espada y con ella batallaba.

Rolando García fue, sin embargo, mucho más que eso, y resulta imprescindible – diría yo – conocer algunas facetas.

Experto de primer nivel mundial en Meteorología, pero con una curiosidad y capacidad analítica superlativas, que le permitió ser colega concreto de Jean Piaget, incursionó en muchos otros temas, llegando rápidamente a sumar la política y la evolución social entre sus inquietudes. Cuando se acercaba la salida electoral de 1973, viajó a Madrid y buena parte de su irreverencia hacia todo lo que no fuera científico se derritió al entrevistarse con Perón. No se podría decir que se hizo peronista, con esa cuota de adhesión difícil de clasificar que teníamos los peronistas de entonces, pero volvió al país con la convicción de que debía colaborar comprometiéndose con pies y manos, para aportar al gobierno que se aproximaba.

Con el Ing. Héctor Abrales, querido compañero secuestrado y desaparecido más tarde en enero de 1979, convocaron a jóvenes profesionales, para configurar uno de los tres grupos programáticos que aportaron elementos a Héctor Cámpora. El Consejo Tecnológico agrupó así decenas de compañeros que hicieron trabajos de calidad diversa, algunos de ellos esenciales, pero que esencialmente pudo sumar e integrar a aquellos – a mi juicio y de muchos compañeros – con mayor sed de justicia social.

Finalmente, ni el tan deseado gobierno del Tío, ni por supuesto mucho menos los que sucedieron en el vértigo que siguió y que culminó el 24 de marzo de 1976, convocaron ni a Rolando y quienes lo acompañamos; ni a ninguno de los otros dos grupos, liderados por Julián Licastro y por Leopoldo Frenkel, respectivamente, salvo en ámbitos puntuales y secundarios. Las decisiones pasaron por otro lado, mezclando la política tradicional, que reaparece con sus codos ilesos en cada oportunidad, con dirigencia empresaria o sindical.

 

Con tenacidad, trató de mantener el espacio de pensamiento, mientras éste se deshilachaba lentamente como suele suceder con ámbitos políticos que se alejan de los espacios de poder. Todos lo fuimos dejando solo y nos fuimos quedando solos, hasta que el golpe marcó la diáspora.

Rolando, uno de los exponentes centrales del reformismo universitario de los ’60, marchó al exilio porque para los genocidas importaba su compromiso con la vocación transformadora, antes que cualquier otro atributo.

Desde el retorno de la democracia, Rolando García volvió infinidad de veces y otras tantas volvió a partir hacia Méjico, donde había encontrado un importante espacio de reconocimiento universitario. Me consta que siempre tenía dentro, muy dentro, la esperanza de ser convocado con responsabilidad a tareas como las que merecía, en el ámbito que fuera. Nunca sucedió.

Rolando, a quien hoy se lo destaca por aguantar los palos en 1966, fue negado por su propia generación y por las que le siguieron, por ser el símbolo de la simbiosis entre el saber excelso y el compromiso político. Esa evidencia de que era posible, que no era inevitable encerrarse en la apatía frente a cualquier propuesta de la sociedad, resultó insoportable para tantos nombres hoy célebres de la ciencia argentina, que eligieron el camino de mirarse al espejito de la madrastra de Cenicienta, que un día les contestó que el mejor era Rolando.

Intransigente, polémico hasta en cosas que no valían la pena, aprensivo en exceso – aunque con razones – frente a las agachadas, este hombre que finalmente recibió varios homenajes en su país, pero cuando ya no estaba en condiciones físicas de intervenir en proyectos que marcaran la debilidad de la propuesta cientificista, se fue desde allá lejos, sin que su país le diera el espacio en el momento que debía. Personalmente, tuve la inmensa paz del reencuentro en 2005, cuando en una mañana completa de relatos personales y de análisis políticos sobre una etapa que a ambos nos esperanzaba, me dijo que la reunión había sido muy importante para el. Sentí de manera egoísta que me estaba perdonando por mi cuota de defraudación de tantos años.

Hoy aparece en toda su dolorosa dimensión el vacío de una conducta ética, que si fuera respetada en la política, pondría los cimientos de una sociedad más justa, con la que Rolando soñaba y por la que no le dejamos luchar.

Emm/17.11.12

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